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De niños suicidas

En aquellos días, ella no sobresalía más de una palma de la mesa, pero iba dejando escritas en papeles, trozos de tela, madera o cristal frases del tipo «odio la vida», «la vida es una mierda».

Un día, de paseo, su madre le preguntó qué querían decir esas notas, era demasiado chica para querer escribir lo que decían.

– Quiero morir.

Desde entonces su madre intentaba hacerle ver lo bello y maravilloso que era el mundo, hasta que un día la niña decidió que esa situación era insostenible para las dos y le dijo a su madre que ya no lo pensaba, que ya no quería morir. Y desde entonces lo llevó en secreto.

Al principio solo conocía una manera de morir: uno de los hámster de su hermana había muerto fulminado tras la caída desde el quinto piso; estuvo barajando la posibilidad, hasta que tuvo un sueño que poco a poco se convertiría en recurrente: se asomaba a la terraza y se veía a ella misma, pero más niña aún. balanceando los pies en el suelo, sin barandilla; al acercarse a ella, la pequeña le sonreía, ella perdía el equilibrio y caía al vacío. Chocaba contra el suelo, sentía romperse primero los huesos de su cara, después los del cuello y luego nada… tan solo la misma soledad, tristeza y angustia de la que quería deshacerse arriba; y el mundo parecía girar más lento, más oscuro, más frío.

Fue investigando, como pudo, sin levantar sospechas, la mejor manera de dar la forma conveniente a sus venas, para no cortar ningún nervio y frustrar la finalidad última. Pero tenía una pega: demasiada sangre, luego habría que limpiarla… y el olor se quedaría por siempre en las juntas de las baldosas.

Nunca le llamó la atención la horca, había quien al saltar no se rompía el cuello y sentía cómo se abrían sus esfínteres y se deslizaban sus excrementos por las piernas mientras se iba quedando sin aliento: demasiado escatológico.

La asfixia y el ahogamiento… por algún extraño motivo su cuerpo se resistía a morir aunque su voluntad le ordenara que dejara de respirar o que tragara agua.

Sobredosis… las medicinas eficientes no estaban a disposición de los ciudadanos de a pie, menos de una niña… corría el riesgo de morir lentamente con vómitos y diarreas antes de llegar al coma, e incluso podría darse el caso de que topara con algún médico en urgencias poco razonable y que intentara salvar su vida y dejarla para siempre así, en estado vegetal.

Demasiados riesgos, demasiadas pegas… Le habían dicho que si le pides a Dios con toda tu fuerza y de corazón algo, éste te lo concede. Así que empezó a hacerlo, a suplicarlo: no despertar más, una enfermedad fulminante, que la atropellara algún vehículo (la entalló una bici que solo consiguió hacerle una herida fea, desde entonces fue más explícita: camiones, autobuses…), un tiroteo, un atentado… pero allí nunca pasaba nada y siempre despertaba.

Pasaron los años y al menos una vez al mes le visitaba la idea del suicidio, siempre llegaba a las mismas conclusiones, a la misma oración, siempre sin respuesta.

Descubrió nuevas formas, pero todas con inconvenientes incluso superiores a los de los métodos tradicionales.

Nunca se rompió un hueso, nunca tuvo enfermedades graves y las comunes pasaban por ella sin pena ni gloria: una varicela sin pupas, un sarampión que parecía un sarpullido, gripes que parecían constipados… No había accidentes cerca de ella, ni delincuencia… no había forma de encontrar a la muerte, siempre huía de ella.

Veinte años después de aquellos días tuvo un accidente de tráfico: ni las gafas se le rompieron. También es cierto, que en aquel entonces, ella no quiso morir. Por primera vez en su vida, parecía encontrarse cerca de su bien amada muerte y no quiso irse con ella.

¿Qué le lleva a un niño a buscar la muerte, a desearla? ¿Qué hace que siga alimentando ese anhelo toda su vida? ¿Cómo puede un niño ver la desolación que lo rodea y que seguirá con él mientras viva? ¿Cómo se cura?

Ella siempre decía que desde que tuvo uso de razón sabía que estaría sola, que jamás podría ser feliz. ¿Quién le metió esa idea en la cabeza?

¿Quién ganará la batalla mortal: el suicidio o el devenir de los acontecimientos naturales?