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Ayer me soñé que te pegaba una hostia en la cara, en pretérito imperfecto.

«Hostia 3.f.vulg.malson. Golpe, trastazo, bofetada.» DRAE

«El pretérito imperfecto posee sentido durativo o no terminativo, frente al pretérito perfecto simple, con sentido puntual o terminativo» Alarcos Llorach, Gramática de la lengua española

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Hay nubes que se deshacen en lluvia y rayos de sol. Deshilachadas entre lo que entregan y la luz que las rae. Sin arcoíris.

Hay días que no quiero verte, que prefiero estar con el tú que eras antes, cuando desnudos solo podíamos simplemente ser.

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Alguien debería escribirles odas a tus manos, para que las admiren las generaciones futuras y duden sobre si tan solo eran hipérboles o tenías magia en ellas. Serían inmortales como los besos de Lesbia.

Acaríciame hasta perder la cuenta de las veces que echándome a volar me sostienes de nuevo y transformas en cristal la arena de mi cuerpo.

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Me gusta despertar a su lado y empezar a encaracolarme en él como una yedra trepadora. Me encanta intentar abarcar su cuerpo gigantesco. Mi cabeza reposa en su hombro. Mi pecho sobre su pecho, mi brazo sobre sus costillas, mi antebrazo sobre su brazo, mi mano cóncava y convexa acaricia su cintura y mis dedos rodean su muñeca. La pelvis en su muslo. Mi pierna derecha se enrolla en su diestra.

Me embriaga confundir a mi mente y hacerla creer que toda mi piel está en contacto con la suya y no saber dónde termino yo y empieza él. Y así, me vuelvo a quedar dormida.

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Con tu corazón empapado de amor, me miras. Me río satisfecha, tan llena de endorfinas que me revienta un «te quiero» en la boca, la que hace un rato te envolvió para hacerte nadie.
Renacemos con el mismo ritmo del amanecer y nos late la vida expandiéndose en ondas de felicidad por nuestros cuerpos, nuestra cama, el universo.
Y es así que cualquier lugar en el que habites se convierte en mi hogar.

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No sé si fue el vino…

El vino o volver a estar contigo.
Te miré mientras hablabas y caí.
Solo sentía vértigo:
mis defensas intentaban agarrarse a lo real,
al cuarto, al cuadro, a la cuchara, a la copa…
se me atragantaban las ganas de ti
y solo sentía tu voz y mi cuerpo latiendo a tu ritmo.
Me perdía, desaparecía en ti,
haciéndome nadie,
pero sin que tus manos me recogieran en el abismo.
Rendirme, dejarme llevar, asumir que me diluyo en tus modos,
como antes,
como inevitablemente será siempre.
Duele saber que entre nosotros no hay reciprocidad.
No sé si fue el vino,
pero a veces me siento sola cuando estoy contigo.

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Un recuerdo

Cierra los ojos y vuelve unos 24 años atrás.
Es verano, llevas un bañador verde, pulseras de colores, redondas y de plástico duro que tintinean cuando te tocas los rizos cortos con la palma de la mano abierta, como si pasaras un cepillo rápidamente.
Es por la tarde, ya no pica el sol.
Tus dedos de los pies juguetean con el césped que hay junto a la piscina.
Te llenas de valor y te acercas al grupo de los mayores: son los amigos del instituto del primo. Hay chicas y chicos, a ellos los conoces de otros días, de verlos hacer el mono entre los árboles. Escuchan música en el radiocasete. Él es el más alto.
– Jose – llamas tímidamente. Él te sonríe, te sientes tranquila, segura, y le preguntas – ¿quién de esas chicas es tu novia?
– Mi novia eres tú.
Arden tus mejillas. Te inunda la felicidad.

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Sueños renacientes

No sé por qué el español no admite el participio de presente del verbo renacer… puede que porque aunque fuera hijo del latín se crió con cristianos y tenía niñera árabe, vamos que no usaban mucho verbos en los que no creían…
Me permito la licencia y califico mis sueños de renacientes, porque han pasado de estar muertos a estar renaciendo, son sueños que reviven, sueños relucientes (llenos de luz) de vida, de alegría, de pasión animal (que es la única que conozco, la verdadera para mí).
Sueños que ya no tengo que esconder, que empiezo a vivir, que ya no sueño sola, que nos escribimos con saliva e incisiones de dientes en nuestra piel.
Bienvenidos a la tierra prometida.

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Poco ruido y muchas nueces

Tengo un tesoro escondido, oculto, que se forjó en silencio en la fragua más ardiente de la tierra, que se nutrió de las lluvias del desierto, de los latidos de los timbales.

Tengo un tesoro mudo, rebosante de vida, de color, de luz, de fuerza, que palpita en cada bombeo de mi sangre, que quiere nacer al mundo, iluminarlo.

Lo sostengo en mis manos con la ternura de una madre, con el equilibrio de un saltimbanqui que juega con pompas de jabón.

Lo cuido como la seda a la crisálida, alimentándolo, dejando que madure, con esperanza, con la certeza, de que pronto romperá su quietud, su mudez, sigilosamente abrirá sus alas y será libre.

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Una conversación pendiente

Busqué a la Muerte cada noche; fui por los sitios por los que le gusta pasear: caminos de piedra, corrientes de agua, abismos, prados de horizontes infinitos…
Solo quería darle un recado. Quería que le dijera que viniera a despedirse, que teníamos una conversación pendiente.
Atravesé desiertos y la vi. Me sumergí en las aguas cálidas de sus ojos, me besó los párpados.
La Muerte nunca me ha hablado, pero siempre entendí su lengua muda, que retumba como un eco eterno en mi alma.
Cumplió su promesa, le dio mi recado.
Y ella vino a besarme con besos como campanas dulces y cálidas. Bajo la transparencia de su piel la vi con mi edad, sonriente me miró atravesando los rincones de mi alma y se fue.
Resonaron palabras dichas sin su voz… Me dijo que volvería a despedirse cuando estuviéramos preparadas para escucharnos.

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Espacio en blanco

Hay lugares a los que un sms no puede llegar: no hay cobertura en el más allá ni el más acá nuestro de cada día.
Si pudiera te mandaría uno, solo con un espacio en blanco, solo un hueco, para que cupieran el te quiero que me revienta en la garganta, el abrazo que mi piel añora darte.
Cierro los ojos, recuerdo los tuyos.
Busco en lo más profundo de mi alma hasta encontrar mis sueños de niña, hasta dar con mi hadita de rizos alborotados, alas de purpurina y vestido verde. Nos miramos: me sonríe con tristeza, me acaricia y se va bajo la lluvia y el frío de esta noche de luna llena.
Sale a tu encuentro, te susurra al oído que el amor no acaba con la muerte, que como energía pura se transformará… en el rocío de las amapolas, en el viento que impulsa el primer vuelo, en la marea que moverá las olas que un día nos bañen.

Y todo eso te lo dirá sin palabras, en el idioma de los muertos, con un espacio en blanco…

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Abrazados, desnudos los dos.
Levanto los ojos y veo tu sonrisa mirándome, tus ojos sonriéndome.
Se me llena la cara de alegría y amor.
Te abrazo más fuerte y la nana de tu corazón me duerme lentamente.
Con ráfagas de mi cuerpo aún latiendo me abandono al sueño,
que se asoma a nuestra cama, dormilón y dulce.
«Descansa, princesa»
«Buenas tardes, corazón»

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De niños suicidas

En aquellos días, ella no sobresalía más de una palma de la mesa, pero iba dejando escritas en papeles, trozos de tela, madera o cristal frases del tipo «odio la vida», «la vida es una mierda».

Un día, de paseo, su madre le preguntó qué querían decir esas notas, era demasiado chica para querer escribir lo que decían.

– Quiero morir.

Desde entonces su madre intentaba hacerle ver lo bello y maravilloso que era el mundo, hasta que un día la niña decidió que esa situación era insostenible para las dos y le dijo a su madre que ya no lo pensaba, que ya no quería morir. Y desde entonces lo llevó en secreto.

Al principio solo conocía una manera de morir: uno de los hámster de su hermana había muerto fulminado tras la caída desde el quinto piso; estuvo barajando la posibilidad, hasta que tuvo un sueño que poco a poco se convertiría en recurrente: se asomaba a la terraza y se veía a ella misma, pero más niña aún. balanceando los pies en el suelo, sin barandilla; al acercarse a ella, la pequeña le sonreía, ella perdía el equilibrio y caía al vacío. Chocaba contra el suelo, sentía romperse primero los huesos de su cara, después los del cuello y luego nada… tan solo la misma soledad, tristeza y angustia de la que quería deshacerse arriba; y el mundo parecía girar más lento, más oscuro, más frío.

Fue investigando, como pudo, sin levantar sospechas, la mejor manera de dar la forma conveniente a sus venas, para no cortar ningún nervio y frustrar la finalidad última. Pero tenía una pega: demasiada sangre, luego habría que limpiarla… y el olor se quedaría por siempre en las juntas de las baldosas.

Nunca le llamó la atención la horca, había quien al saltar no se rompía el cuello y sentía cómo se abrían sus esfínteres y se deslizaban sus excrementos por las piernas mientras se iba quedando sin aliento: demasiado escatológico.

La asfixia y el ahogamiento… por algún extraño motivo su cuerpo se resistía a morir aunque su voluntad le ordenara que dejara de respirar o que tragara agua.

Sobredosis… las medicinas eficientes no estaban a disposición de los ciudadanos de a pie, menos de una niña… corría el riesgo de morir lentamente con vómitos y diarreas antes de llegar al coma, e incluso podría darse el caso de que topara con algún médico en urgencias poco razonable y que intentara salvar su vida y dejarla para siempre así, en estado vegetal.

Demasiados riesgos, demasiadas pegas… Le habían dicho que si le pides a Dios con toda tu fuerza y de corazón algo, éste te lo concede. Así que empezó a hacerlo, a suplicarlo: no despertar más, una enfermedad fulminante, que la atropellara algún vehículo (la entalló una bici que solo consiguió hacerle una herida fea, desde entonces fue más explícita: camiones, autobuses…), un tiroteo, un atentado… pero allí nunca pasaba nada y siempre despertaba.

Pasaron los años y al menos una vez al mes le visitaba la idea del suicidio, siempre llegaba a las mismas conclusiones, a la misma oración, siempre sin respuesta.

Descubrió nuevas formas, pero todas con inconvenientes incluso superiores a los de los métodos tradicionales.

Nunca se rompió un hueso, nunca tuvo enfermedades graves y las comunes pasaban por ella sin pena ni gloria: una varicela sin pupas, un sarampión que parecía un sarpullido, gripes que parecían constipados… No había accidentes cerca de ella, ni delincuencia… no había forma de encontrar a la muerte, siempre huía de ella.

Veinte años después de aquellos días tuvo un accidente de tráfico: ni las gafas se le rompieron. También es cierto, que en aquel entonces, ella no quiso morir. Por primera vez en su vida, parecía encontrarse cerca de su bien amada muerte y no quiso irse con ella.

¿Qué le lleva a un niño a buscar la muerte, a desearla? ¿Qué hace que siga alimentando ese anhelo toda su vida? ¿Cómo puede un niño ver la desolación que lo rodea y que seguirá con él mientras viva? ¿Cómo se cura?

Ella siempre decía que desde que tuvo uso de razón sabía que estaría sola, que jamás podría ser feliz. ¿Quién le metió esa idea en la cabeza?

¿Quién ganará la batalla mortal: el suicidio o el devenir de los acontecimientos naturales?